domingo, 16 de agosto de 2009

Amor en la ausencia

El día en que Ulises se tuvo que marchar de su hogar, le hizo una firme promesa a su amada Penélope: nunca dejaría de pensar en ella el tiempo que durara su separación. Quizá si ambos hubiesen sabido en ese momento la duración exacta del tiempo que estarían el uno sin el otro no hubiesen mostrado tanta seguridad y entereza al despedirse. O quizá sí, porque el amor muchas veces nos da la energía y valentía de hacer cosas que en otro momento nos parecerían imposibles.

Así Ulises se hizo al mar, con la única compañía de sus recuerdos y las fotos de su amada, que se hicieron pronto viejas de tanto mirarlas.


No faltó a su promesa Ulises, que cada noche aprovechaba su soledad para escribirl
e cartas que luego intentaba hacerle llegar. Era más un acto de fe que de comunicación, porque nunca podía obtener respuesta, ni siquiera saber si estas cartas llegaban a su amada. Sin embargo, las escribía con ilusión, por el placer de escribirle, porque al hacerlo, al evocar su imagen y tenerla presente en cada renglón, le hacía sentirse más cerca de ella.

El nombre de Penélope siempre estaba en sus labios, y se lo repetía a menudo para no olvidarlo, hasta convertirlo en una palabra sin sentido, que respiraba más que susurraba cuando observaba a la estrellas, pescaba en el mar o simplemente en su cama para ahuyentar su soledad.


No necesitó del canto de una sirena para creer enloquecer. El tiempo y la distancia cumplieron mejor esta función que ellas. Las cartas, que antes escribía cada noche, se fueron espaciando cada vez más, a medida que se le agotaban las palabras que escribía en sus hojas. Y cuando las encontraba, al releer lo escrito se daba cuenta que en ningún momento hablaba de amor, y sus sentimientos se perdían entre delirios producidos por la soledad y la frustración.

Ulises, en su locura, llegó a creer que no existía una Penélope por la que regresar, que sólo era una ilusión más creada por su mente. En esos momentos necesitaba refugiarse en sus fotografías, porque sus recuerdos estaban tan contaminados por los sueños que no llegaba a diferenciar lo que fue real de lo que era imaginado.

Le hizo falta mucho esfuerzo y concentración para conseguir rescatar de su pasado y traerlo a su realidad los sentimientos que le producían el contacto con su amada. Llegó a olvidar que era sentir el calor de su piel, el roce de sus labios, el sonido de su sonrisa, el olor de su cuerpo; todo lo que una simple fotografía era incapaz de transmitir. Sin embargo, estas le ayudaron a no olvidar nunca los rasgos de su cara, aunque ya no sintiera nada por dentro cuando se refugiaba en ellas, y cuanto más las miraba, más extraña le parecía aquella persona de ojos huecos y sonrisa congelada que lo observaba sin ver a través del tiempo y el espacio.

Por las noches, abrazaba su almohada creyendo que era el cuerpo de su amada, y la colmaba de besos y caricias, le susurraba palabras de amor en el oído y dormía fundido a ella, soñando todas las cosas que realizarían juntos a su vuelta.


Poco a poco se acostumbró a amar a esa Penélope idealizada que sólo existía en sus sueños, hasta tal punto que amó más el recuerdo que a la persona.

La ilusión del regreso se fue haciendo cada vez más difusa a medida que la Penélope que aparecía en ellas perdía consistencia física y quedaba relegada a un simple cuerpo al que abrazar y entregarse cuando llegase a su casa. Sólo pudo sacarle de esa desidia la certeza de su inminente llegada, y la ilusión se transformó en nervios e inseguridad.


El Ulises que pisó tierra no era el mismo que años atrás había abandonado esa misma casa para echarse al mar, con una promesa y un recuerdo al que aferrarse y por el que regresar. Tampoco era la misma Penélope la que fue a recibirle, ni el esperado encuentro fue como tantas veces imaginó en su exilio marino. Los besos y abrazos no tenían tanta fuerza ni cariño como en sus sueños; las mismas personas y lugares habían perdido la magia de lo soñado. En su idealización había olvidado recordar también las cosas malas que tenía su casa y su tierra, y ahora que por fin tenía a su amada entre los brazos la sentía como una extraña en su propia vida.


Al poco tiempo, Ulises volvió al mar. Esta vez sin ninguna promesa pero todavía acompañado por la vieja foto de Penélope, con la única intención de reencontrarse con su verdadero amor.

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