sábado, 13 de junio de 2009

Reflejos de un espejo deforme

Ese soy yo, piensa el niño al verse reflejado en el deforme espejo. Sus padres le han llevado a la atracción de una feria cercana y él se divierte viéndose reflejado y deformado de mil formas diferentes. Pero sigo siendo yo, piensa entusiasmado. Y aquel de allí, alto y delgado, como a punto de quebrarse, también soy yo. Incluso ese otro, que parece tener cuatro brazos y la cabeza dividida en dos, ese, aún así, sigo siendo yo. Porque esos son mis ojos y mi pelo; reconozco mis manos y mis piernas; y, aunque a veces me cuesta un poco más, veo en ese espejo mi cara. Era como si un ser todopoderoso hubiera cogido su cuerpo y lo hubiese desmontado, dando lugar a otros cuerpos diferentes que, sin embargo, seguían siendo el suyo.

Desde ese día, el niño decidió ir cada tarde, después del colegio, a la sala de los espejos deformes.

Sus padres acogieron al principio esta decisión con entusiasmo. Les divertía la ilusión que generaba en su hijo aquella vieja atracción. Pero pensaron que sería una diversión pasajera y empezaron a preocuparse cuando vieron pasar los días y que el niño no faltaba nunca a su cita con los espejos. No entendían cómo unos simples espejos deformes podían ejercer tal fascinación en él; y este a su vez no consiguió nunca que sus padres vieran en los reflejos del espejo lo mismo que veía él.

Con el tiempo, consiguió dominar los reflejos y descubrió que colocándose en determinadas posiciones delante de cada uno de los espejos era capaz de crear personajes totalmente diferentes, con personalidad propia. Cuando se aburrió de su propio reflejo, empezó a invitar a amigos y familiares para verlos a ellos también a través de los ojos del caprichoso espejo. Y cuando no conseguía arrastrarlos hacia allí, empleaba su imaginación, utilizando su propio cuerpo e insertando en él las características de la persona imaginada. Por supuesto, el resultado así era menos real, pero eso no le importaba al niño. Él sólo quería crear y crear más personajes, sin importar el método empleado.

Un día, casi por casualidad, el niño se vio reflejado en un espejo normal y corriente, y se asustó. No podía creer que esa cara tan simple y falta de gracia podía ser la suya, y aquel cuerpo tan poco característico le perteneciera a él. Ofendido, arrojó el espejo contra el suelo para partirlo en mil pedazos, y destrozó los trozos más grandes hasta conseguir que el espejo volviese a reflejar una imagen deformada de su rostro.




jueves, 11 de junio de 2009

Una huida inútil

Tengo alas y las sé usar
pero si no me empujan no vuelo
y cada vez que a mi ventana asomo la mirada
más lejano y duro me resulta el suelo.

Si a la primera señal
me hubiera lanzado a cerrar bocas
con el sello de unos labios
habría conquistado más besos
de los que simplemente he soñado.

Pero siempre fui un cobarde
de labios secos y sangre estancada,
que huye de sí mismo
sin plan y sin destino
y que tarde o temprano se habrá de alcanzar
hastiado y cansado y sin Ítaca a la que regresar.

Y aunque en mi camino encontré ventanas
siempre preferí la facilidad
de una puerta bien abierta
para entrar a hurtadillas en tu casa.

Pero nunca me sentó bien el disfraz de ladrón
aunque tú te dejases saquear y a mi alrededor
los pequeños rateros hicieran fortuna
mientras yo planeaba con dudas
cómo asaltarte sin pedirte perdón.

Cuando la fruta está madura
quizá sepa mejor,
pero perdimos la oportunidad de probar
su acidez y su frescura
cuando aún estaba por calar.

En formol no se marchitan las flores,
sin pilas no funcionan los relojes,
pero quien reta al tiempo siempre ha de perder.
Nunca una noche detuvo un amanecer.
Nunca un segundo fue eterno,
y nosotros moriremos con él.



lunes, 8 de junio de 2009

El Poeta

Siempre fue un alma inquieta y creativa, y sensible, muy sensible.


El primer poema que mereciera tal calificativo lo escribió a los 15 años, fruto de un desamor, matriz de la que nacen el 99% de los poemas, tantos de los que se escriben como los que no. Esa fue la puerta de un torrente que durante un tiempo le invadió. Llegaba a escribir varios poemas al día, como si hasta entonces todas esas palabras hubiesen estado dormidas en alguna parte de su ser y ahora viesen la posibilidad de ver la luz. Los escribía en cuadernos escolares que luego amontonaba en los cajones de su escritorio.


De esa primera época creativa sólo consiguió rescatar versos sueltos que merecieran su aprobación, y a veces ni eso.


Con el tiempo, supo encauzar ese caudal poético, y el tiempo entre poema aumentó considerablemente, pero también su calidad. Por sus renglones pasaban amores y desamores, decenas de ojos de distinto color, varías ellas pero un solo corazón. Miles de sentimientos que encontraban en una hoja sucia y arrugada, a veces incluso servilletas o trozos de cartón, un hogar donde vivir eternamente.


Pero el poeta creció, y dejó atrás la adolescencia llena de cambios y el amor y otras banalidades dejaron paso a otros pensamientos; el trabajo y las obligaciones primero, el futuro y la familia después. El encuentro con sus cuadernos y sus sentimientos se fue espaciando cada vez en el tiempo, hasta que un día cualquiera, sin previo aviso, simplemente desapareció.


No es que dejara de sentir, sólo que ahora lo hacía con menos emoción.


Ahora, convertido en un anciano de piel marchita y alma ociosa, sin más ocupación que observar el transcurrir de las horas, intenta recuperar en vano parte de esa vida. Sus manos se deslizan suavemente sobre los viejos cuadernos, ya amarillentos, con miedo a que las hojas se deshicieran bajo sus dedos, y con ellas las palabras testimonio de otra vida llena de sentimientos. Su vista cansada se esfuerza por comprender una letra que un día fue suya, y su corazón parece latir con más fuerza cuando reconoce algún sentimiento en carne viva escondido entre versos.


Y entonces, lo decidió.


Sobre su lápida no escribirían la fecha de su muerte, sino la de su último poema. La última vez que realmente vivió, que de verdad sintió.



domingo, 7 de junio de 2009

Prohibido dañarse


Quizá aún no lo sepas
pero anoche murió algo más que mi voz,
la que se cansó de intentar derribar
tu silencio y tu indiferencia.
Y aunque me quieras (a tu manera)
y yo te olvide (también a la mía)
te llevaste mi ilusión y mi alegría
y me dejaste del Amor su parte más ramera,
la que prostituye su nombre
y que en su necedad olvida
lo que antaño fue vida
y hoy no es más que hombre.

No me busques, que me encuentras.
No me ames, si luego me dejas.
Dime la verdad, aunque me duela,
o miénteme para que sienta.
Pero no manipules más este viejo juguete
que en su ilusión pensó que te tenía
y cuando la noche se hizo día
tiraste su corazón por el retrete.