Ese soy yo, piensa el niño al verse reflejado en el deforme espejo. Sus padres le han llevado a la atracción de una feria cercana y él se divierte viéndose reflejado y deformado de mil formas diferentes. Pero sigo siendo yo, piensa entusiasmado. Y aquel de allí, alto y delgado, como a punto de quebrarse, también soy yo. Incluso ese otro, que parece tener cuatro brazos y la cabeza dividida en dos, ese, aún así, sigo siendo yo. Porque esos son mis ojos y mi pelo; reconozco mis manos y mis piernas; y, aunque a veces me cuesta un poco más, veo en ese espejo mi cara. Era como si un ser todopoderoso hubiera cogido su cuerpo y lo hubiese desmontado, dando lugar a otros cuerpos diferentes que, sin embargo, seguían siendo el suyo.Sus padres acogieron al principio esta decisión con entusiasmo. Les divertía la ilusión que generaba en su hijo aquella vieja atracción. Pero pensaron que sería una diversión pasajera y empezaron a preocuparse cuando vieron pasar los días y que el niño no faltaba nunca a su cita con los espejos. No entendían cómo unos simples espejos deformes podían ejercer tal fascinación en él; y este a su vez no consiguió nunca que sus padres vieran en los reflejos del espejo lo mismo que veía él.
Un día, casi por casualidad, el niño se vio reflejado en un espejo normal y corriente, y se asustó. No podía creer que esa cara tan simple y falta de gracia podía ser la suya, y aquel cuerpo tan poco característico le perteneciera a él. Ofendido, arrojó el espejo contra el suelo para partirlo en mil pedazos, y destrozó los trozos más grandes hasta conseguir que el espejo volviese a reflejar una imagen deformada de su rostro.







