lunes, 8 de junio de 2009

El Poeta

Siempre fue un alma inquieta y creativa, y sensible, muy sensible.


El primer poema que mereciera tal calificativo lo escribió a los 15 años, fruto de un desamor, matriz de la que nacen el 99% de los poemas, tantos de los que se escriben como los que no. Esa fue la puerta de un torrente que durante un tiempo le invadió. Llegaba a escribir varios poemas al día, como si hasta entonces todas esas palabras hubiesen estado dormidas en alguna parte de su ser y ahora viesen la posibilidad de ver la luz. Los escribía en cuadernos escolares que luego amontonaba en los cajones de su escritorio.


De esa primera época creativa sólo consiguió rescatar versos sueltos que merecieran su aprobación, y a veces ni eso.


Con el tiempo, supo encauzar ese caudal poético, y el tiempo entre poema aumentó considerablemente, pero también su calidad. Por sus renglones pasaban amores y desamores, decenas de ojos de distinto color, varías ellas pero un solo corazón. Miles de sentimientos que encontraban en una hoja sucia y arrugada, a veces incluso servilletas o trozos de cartón, un hogar donde vivir eternamente.


Pero el poeta creció, y dejó atrás la adolescencia llena de cambios y el amor y otras banalidades dejaron paso a otros pensamientos; el trabajo y las obligaciones primero, el futuro y la familia después. El encuentro con sus cuadernos y sus sentimientos se fue espaciando cada vez en el tiempo, hasta que un día cualquiera, sin previo aviso, simplemente desapareció.


No es que dejara de sentir, sólo que ahora lo hacía con menos emoción.


Ahora, convertido en un anciano de piel marchita y alma ociosa, sin más ocupación que observar el transcurrir de las horas, intenta recuperar en vano parte de esa vida. Sus manos se deslizan suavemente sobre los viejos cuadernos, ya amarillentos, con miedo a que las hojas se deshicieran bajo sus dedos, y con ellas las palabras testimonio de otra vida llena de sentimientos. Su vista cansada se esfuerza por comprender una letra que un día fue suya, y su corazón parece latir con más fuerza cuando reconoce algún sentimiento en carne viva escondido entre versos.


Y entonces, lo decidió.


Sobre su lápida no escribirían la fecha de su muerte, sino la de su último poema. La última vez que realmente vivió, que de verdad sintió.



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